En noviembre de 2013 se dio inicio en La Habana, Cuba al que confiábamos sería el último proceso de paz con las Farc. Eso creíamos porque hoy tenemos asomos de las denominadas disidencias que solicitan estatus de beligerancia para sentarse en una mesa de negociaciones. Ese mismo día el país se enfrentó, casi en paralelo, a una agridulce noticia: la Corte Internacional de Justicia de La Haya ratificó la soberanía de Colombia sobre San Andrés, y al mismo tiempo le entregó a Nicaragua 76 mil kilómetros cuadrados de una zona limítrofe que nos pertenecía.
Las noticias del cese al fuego de las Farc, junto con el dolor por la pérdida de nuestras aguas fronterizas con Nicaragua, convulsionaron al país.
Esta píldora para la memoria, de unos sucesos que ocurrieron hace cerca de una década, y que son muy diferentes entre sí, demuestran la intensidad de las cosas que pasan en esta República y que impactan nuestro ánimo colectivo. Nos hemos acostumbrado a un torbellino de acontecimientos, sin tiempo para procesarlos, recordarlos o aprender de ellos. La historia tiene la misión de ayudarnos a comprender el presente y prevenirnos de caer en los mismos errores.
En este texto me centraré en algunas lecciones aprendidas de las negociaciones con las Farc y que podrían ser útiles en los acercamientos con el ELN. Ante tantos hechos extraordinarios que pasan en este país, un nuevo proceso de paz debe mantener la atención y vigilancia de todos.
Comienzo: ayudaría, para construir de confianza, que los colombianos conozcan y comprendan lo que sucede en la mesa con el ELN y el rol de los países garantes. En los diálogos con las Farc esa guerrilla tuvo figuración frecuente en los medios, mientras que el Gobierno prefirió silencios prolongados amparándose en la prudencia. Como dice el refrán: “ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre”
Otro aprendizaje: el proceso con las FARC tuvo dos mundos muy diferenciados, el del secretariado y mandos medios -con intereses políticos y económicos- y el de los combatientes rasos. La paz tiene rostro, manos, historias y sueños de los firmantes de base. El gran logro como sociedad está en si esas personas viven para contarlo de forma digna, con proyectos sostenibles y viables. Así que ojo con la ruta de reincorporación.
Para poner atención: al refrendar los acuerdos de La Habana no hubo apoyo político y ciudadano mayoritario. Hay que darles legitimidad a las negociaciones. El proceso transciende las dos partes: la sociedad civil, en especial de los territorios afectados, tendrá que ser protagonista y sumar en las conversaciones.
Esencial: las víctimas en el centro. Verdad, justicia y reparación para ellas. Los ilegales no son protagonistas, ni deben ser receptores de contemplaciones y benevolencias sin límites. Las víctimas cargan con el dolor de un país. Desconocerlas, ignorar su tragedia y sus derechos nos aleja de una reconciliación nacional.
Así que atentos y vigilantes al proceso con el ELN. Cesar la violencia y las rentas ilegales debe cumplirse: es inaceptable tener en la mesa de negociaciones un lapicero, mientras se lleva un fusil en el territorio.
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