Es duro escribir esto y nos debe revolcar escucharlo: la educación en Antioquia no va bien.
Las cifras y la vida que hay detrás de cada uno de estos datos son fuertes: en las zonas rurales de los municipios más afectados por la violencia, solo uno de cada cuatro niños que entra a primer grado termina el bachillerato. Qué será de ellos cuando se van de la escuela, qué posibilidades de vida digna tendrán.
Las causas de abandono son infinitas: violencia, reclutamiento, metodologías de enseñanza obsoletas que los aburren, escasez de recursos para continuar, ingresos tempranos por explotación de ilegales, clima escolar, el llamado de sus padres a ayudar en las labores diarias, en especial si son niñas. El resultado es el mismo: se van.
La esperanza está puesta en los que se quedan y resulta que los que logran terminar el bachillerato lo hacen bajo mínimos: los estudiantes antioqueños de grado once están por debajo del promedio nacional en las pruebas Saber, con 240 puntos sobre 500 posibles. Es decir, no superamos la mitad del puntaje posible en áreas como matemáticas, lenguajes y ciudadanía.
Están sobrediagnosticados los desafíos que tenemos, el mercado laboral nos llama la atención cada vez más por el tipo de talento que necesita, las cifras de competitividad lo demuestran, pero resulta que seguimos haciendo lo mismo.
Los próximos cuatro años de un nuevo gobierno nos tienen que acercar a un sistema escolar más moderno: preguntarnos qué se enseña —currículo—, cómo se enseña, a quién se enseña, con más participación de los padres de familia, con maestros cualificados que tengan como centro los intereses y la formación de sus estudiantes y un contacto permanente con las necesidades del sector productivo.
La pandemia nos abrió todos los sentidos y prendió muchas alertas. En Antioquia, el 80 % de las escuelas rurales están desconectadas digitalmente. Eso significa: sin acceso al mundo y lejos de nuevas posibilidades. Según el Foro Económico Mundial (2022), el verdadero aprendizaje híbrido es el que ocurre en cualquier lugar porque aprovecha todos los entornos para producir y aplicar lo aprendido.
Cuando hablamos de salir de la pobreza, cuando nos preguntamos por el empleo para jóvenes y mayor participación de las mujeres en el mercado laboral, cuando pensamos en acelerar la competitividad en el agro y alzamos la mano para tener más macroproyectos de infraestructura vial y conectarnos con los mercados internacionales, cuando reclamamos una ciudadanía más participativa y una democracia más pluralista, la respuesta más poderosa es la educación.
Las posibilidades de progreso necesitan un talento humano preparado para alcanzarlas y aprovechar sus potencialidades.
Nos preguntamos desde Proantioquia, con el ánimo de aportar, cómo aceleramos lo que estamos haciendo bien y cómo corregimos lo que tiene deficiencias, qué nuevas alternativas podemos incorporar y, en especial, cómo podemos hacer más para alcanzar una verdadera revolución en la educación. Todos ganamos.
Escuchamos ideas y queremos actuar en equipo con el único propósito de trabajar por el desarrollo de Antioquia y, desde nuestro departamento, por Colombia.
Columnista: María Bibiana Botero | Presidenta Ejecutiva de Proantioquia
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